lunes, octubre 26, 2015

La gran evasión


Escribió John Milton (en un folio o lo que tuviera aquel día a mano) que en un mundo de fugitivos, el que transita por el camino correcto parece huir (o algo así, yo no estaba). Y tenía razón. Os voy a contar una historia de mi infancia que os hará estremecer. La valentía de unos muchachos de preescolar que desafiaron al sistema. Nuestro mayo del 68 sucedió en febrero del 82.

Hoy en día, la Guardería del Pilar tiene un centro comercial justo en frente, y un paseo que la une a la ciudad, con acera y todo, pero entonces estaba a pie de carretera; aislada del mundo, como un complejo carcelario de película, Alcatraz mismo.
Ojo, que el sitio en sí no se estaba nada mal. Quitando los días en los que había hígado para comer, la guardería era un lugar estupendo, las monjas tenían la mala leche justa y la paciencia de sobra. Nos dedicábamos a jugar, experimentar con el sexo sin ataduras, dibujar, recortar... lo típico de una guardería.
Y llegó el día de Santa Águeda del año de Naranjito. Esa festividad light rompió el equilibrio homeostático del patio y provocó el motín. Pero me estoy adelantando a los acontecimientos, dejadme que os ponga en situación.

Por alguna extraña regla tácita, el día de Santa Águeda mandaban las mujeres. Menuda novedad, pensaréis. Pues sí, en una guardería de monjas los pantalones los llevaban las mujeres, y sobre todo la Hermana Milagros cuando nos enseñaba las notas musicales mientras hacíamos gimnasia sueca. Además, veníamos todos de un hogar en el que mandaban las madres. Nada hacía presagiar que la convivencia fuera a verse alterada al tomar el timón las niñas. Pero así fue.

Empezaron mangoneando de un modo simbólico, despotismo ilustrado femenino, diciéndonos (como volvería a suceder una década después) a qué querían jugar y cómo.
De pronto vimos cuchicheos con las monitoras (chavalillas en prácticas) y terminaron proponiendo un gran campeonato de soga-tira; chicos contra chicas.
¡Boh!, exclamamos nosotros, a las niñas les ganamos seguro. Aceptamos el reto. Nos organizamos,. Trajeron la cuerda. Mirábamos a las contrincantes. Nos sonreíamos con suficiencia.

La soga-tira fue olímpica en su día. Poca broma.

Lo que pasó después... no sé cómo describirlo... fue... terrible. Las monitoras, veinteañeras enérgicas, con una lógica apabullante a la que asistíamos atónitos, dijeron "nosotras somos chicas" y se unieron al equipo rival.
Fue una masacre. Vi a los niños más valientes de mi generación destrozados. Nuestro Vietnam-1975 fue aquel Afueras de Huesconsin-1982.

Nos ganaron. Pero pero pero... ¡es que las monitoras no podían participar! ¿Que por qué? Pues porque no podían. Porque eran mayores. Porque porque porque... ¿de verdad había que explicarlo?
Era un mal día para hacer entrar en razón al género femenino. Y sus risas escocían como cartuchos de sal. Podíamos habernos convertido en esa masa humillada y pacífica en la que suelen convertirse los ejércitos derrotados, o los novios cuando aguantamos el bolso junto al probador. Pero hirieron nuestro orgullo y saltó la chispa. ¡Rebelión!

Alguien fue a hablar con la Hermana Magdalena para que suspendiera de inmediato los festejos de aquella farsa y ella, en lugar de actuar con firmeza, se descojonó viva. ¿Os han ganado las niñas?, JAJAJA...
Si uno ya no podía confiar en las más altas instancias, si la justicia había sido barrida de la faz de aquel patio de recreo, tocaba actuar.

No sé quién fue el primero que dijo: "¡Pues nos vamos!", pero pronto aquella idea insensata se había extendido como un incendio. Emprendimos el camino hacia la salida.


De X, que era el lugar del desencuentro, nos trasladamos en grupo, ruidosos y amenazantes, hasta el punto Y.
Contábamos con que, al perdernos de vista, a las monjas les entrara el pánico.
Como se comprenderá, éramos niños y estábamos habituados a la guerra psicológica. Pero cuando habían transcurrido unos 10 minutos sin que apareciera la consiguiente mediadora monjil cundió el desconcierto. Hicimos lo que haría cualquiera: enviar una comisión delegada a informar de la gravedad de lo que allí estaba pasando. Esta vez no hubo carcajadas, sólo una firmeza que interpretamos fingida. "Ya vendréis". Volvimos a reagruparnos. Con el paso de los minutos ya no era tan importante qué nos habían hecho en comparación con la necesidad de darles una lección.
Y allí volvió el lema. Donde no llegan la razón ni el valor siempre llega un lema. "¡Nos vamos a Huesca!" coreamos. Y emprendimos el camino hacia la salida. ¿Escapar de uno en uno? imposible. Pero estábamos juntos.


Nos movimos de Y a Z. Alcanzamos la verja de salida. Frente a nosotros, la carretera por la que nos traía el autobús todas las mañanas. Estábamos decididos a escapar por una buena causa, a defender el honor y la justicia, penosamente mancillados.

Como muestra de buena voluntad se planteó mandar de nuevo a la comisión negociadora con las últimas noticias: "Estamos en la puerta". Pero claro, ¿quién le ponía el cascabel al gato? Enfrentarse a la Hermana Magdalena y decirle que representabas a un grupo que estaba a punto de incumplir la mayor de todas las reglas era sinónimo de castigo y, sobre todo, de bronca. Y con 5 años uno ya sabe que la bronca que le cae al primero se va diluyendo y es mucho menor cuando le alcanza al último.
Nadie quiso ser el embajador. Seguíamos en la puerta. Se había roto el único hilo de un posible acuerdo. No había marcha atrás.

Uno muy echao p'alante (yo no, que conste) se acercó a la puerta. Era nuestro explorador. Puso un pie fuera. Volvió a entrar. Volvió a asomarse. Salir 10 segundos era ya un gran desafío. Pero hacía falta un plan para enfilar la carretera y ponerse rumbo a Huesca que, imaginábamos, debía de estar a 2 kilómetros o a 200, daba igual.
Para la guerra psicológica sí. Para coger la gripe, también. Sin embargo, para las estrategias complejas todavía no estábamos dotados. La solución no aparecía y nos conformábamos con mantener nuestra posición de fuerza, gritándonos entre nosotros aquello de "¡Nos vamos a Huesca!", justo en el límite del recinto, sin una sola voz autorizada que viniera a reñirnos.

Recuerdo que llegué a tocar la puerta de salida. Era una verja grande y estaba abierta. Salir... umm, eso ya era otro cantar. Además, incluso si teníamos éxito en la travesía absurda y conseguíamos alcanzar los primeros edificios de la ciudad... ¿luego qué? ¿cómo llegaba cada uno a su casa?
Mandamos a varios espías camuflados a echar un vistazo al patio del que veníamos. Calma total. Las niñas ya estaban entrando para comer por la puerta (c).



La noticia fue un jarro de agua fría. ¿Cómo podían pensar en comer?
Mandamos a tres emisarios a explicar que nosotros no iríamos a comer. De los tres sólo uno regresó.
A medida que el hambre se acrecentaba, el goteo de deserciones fue aumentando. La fe inquebrantable no llenaba el estómago. Si al menos hubiera sido jueves, el día que daban hígado...

Minutos después, estábamos todos en el comedor, en silencio, con el orgullo parcheado, con el convencimiento de que no nos habíamos ido porque no habíamos querido.

9 comentarios:

carmelagarcs dijo...

Je,je!!qué bueno!
Os faltó estrategia,el momento perfecto era después de merendar!!
Imagino que con ese arranque y ese potencial después fundaríais un partido político,no??
Estos revolucionarios de cinco años recuerdan un poco a los cronopios exploradores de Cortázar,en busca del sándwich de queso! :^))
carmela_garcs

sonia dijo...

Lo mío e prescolar sí fue una verdadera evasión,nuestro grupo formado por tres niñas de unos 5 años hartísimas de esperar a unas madres tardonas,cogió y se fue andando a casa de una de ellas,supongo, que de la líder del grupo.
Fue una tarde inolvidable jugando a disfrazarnos.Pero lo que no sé,ni sabré,es quién nos abrió la puerta de casa.

HombreRevenido dijo...

Carmelagarcs, yo siempre he pensado que éramos más como el Pequeño Nicolás.

Qué gran verdad lo de la merienda. No elegimos el momento adecuado. El hambre es muy perra.

Sonia, qué grandes. No hay duda, los jóvenes de nuestra época teníamos iniciativa.

Nisi dijo...

Qué grande eres, ya eras un crack siendo mocoso.
Me ha gustado tanto tu entrada que me he deprimido con la que estaba escribiendo yo, así que la tiro a la papelera.
Por tu culpa, hoy no hay entrada en mi blog. O gracias a ti.

Hermano E dijo...

¡Que gran año el 82! Uno de los mejores días de mi vida ocurrieron ese año: el 1 de junio de aquel año me licencié de la mili.

Si lo se, por mi tono epistolar pensabais que apenas rozaba la treintena, pero no, ya estoy en la categoría de simia de lomo plateado.

HombreRevenido dijo...

Nisi, menuda dinámica esa. Mi post te lleva a la depresión y no escribes. Lo cual me lleva a mí a la depresión y dejo de escribir también. Lo que acaba hundiendo a los chimpancés de la Academia, que entran en una espiral de nihilismo y estragos que acaba en mal rollo colectivo.
¿Ves la que has liado?

Hermano E, hostia ¡la mili! Yo te veía tan juguetón que te hacía veinteañero (de espíritu).
Gran año el 82. Buena cosecha de rebeldes.

Nisi dijo...

La que he liado, ¡sí!
Pero tranquilo, me ha vuelto la inspiración, así que ya puedes seguir escribiendo...

aras dijo...

Jajajaja. Pobrecitos. Al menos lo intentásteis, que ya es mucho. Si hubiérais tenido un líder nato, la aventura seguramente hubiera sido otra.
Ya hicistéis mucho más de lo que habría hecho yo, que era una niña tímida, introvertida y obediente (bueno, casi siempre jeje).

HombreRevenido dijo...

Nisi, gracias a Dios. Porque las perspectivas eran nefastas.

Aras, fue épico. Aunque, como suele suceder, la épica no la provocó una gran injusticia contra la que merecía la pena luchar. Fue nuestro orgullo. Ya ves. Hombrecitos.