viernes, junio 29, 2007

EL MISTERIO DE LA GALERÍA (3 de 3)

"Los dotados de intuición esperan que yo presente hoy una nueva obra, otra más que añadir a las listas de las subastas, ¿no es cierto?. Se equivocan. El de hoy es el último episodio, la cumbre de mi carrera, tras este esfuerzo imposible me veo obligado a abandonarlo todo, dejando para siempre... mi luz". Fracasa un tímido revuelo entre la concurrencia. La voz de René se hace más fuerte, más digna: "El gran artista del cielo y la tierra, de los santos y los demonios, de los amparados y los desamparados, va a borrarse como Dios desapareció del mundo después de la creación. Mi alma, mi obra, el recuerdo de esta jornada y su leyenda perdurarán para siempre".
El resto ocurre demasiado deprisa. De un bolsillo extrae un revolver diminuto. Los presentes dan un paso atrás, temerosos. Con teatralidad y artificio, el pintor muestra el arma en la palma de la mano como quien guarda una jugada maestra de póker. La conduce a su boca y dispara sin pensar. Cae al suelo fulminado, sucediéndose algunos segundos de incrédula consternación. Hasta el conserje, en pleno reposo, da un respingo en su asiento del hall y sobresaltado musita: "Estos malditos modernos..."

Michelle es la primera en reaccionar. Avanza decidida hasta llegar a la cuerda de la cortinilla mientras el hombre se desangra lentamente. La joven tira del cordel con un ímpetu concentrado unidireccional que se transmite vibratoriamente hasta sus túrgidos pechos, pero, en lugar de correr la cortina, la cuerda se desprende dejando el cuadro en su estado previo, elevado, inalcanzable y tapado. El genio de los genios, ahora cadáver entre los cadáveres, tiene un agujero en la nuca y los ojos bizcos. Nadie le mira y todos contemplan, ávidos, la cortinilla burlona. Una señora con gafas susurra: "no voy a llegar a tiempo a cenar", y un muchacho clorótico aparta la vista de la bella Michelle y responde con voz lánguida de poeta coñazo: "para cenas estamos ahora". Todos se han quedado quietos, impasibles, porcelana china, pingüino fucsia, hieráticos, expectantes, perezosos, displicentes, a-mí-que-me-registren. Sólo un señor de monóculo y chistera hace mutis por la izquierda esquivando a Margot, todavía desolada por lo suyo. Nadie se atreve a pronunciarse, se abandonan discretamente al murmullo. La sangre alcanza los zapatos de marca de los más cercanos y va vaciándose la sala a medida que cunde el aburrimiento.

Sólo perduran en el fulgor de la estancia los gloriosos lienzos, las esculturas, la cortinilla, el cadáver y las dos mujeres deliciosas. La mayor permanece en silencio, llorona sorbemocos de la decepción ya olvidada por todos. La tierna Michelle, con la atención compartida, con el oído en los sollozos, con el olfato en el acre aroma de la sangre y la vista en el misterio de cárdeno terciopelo plisado, retoma súbitamente su vocación de hija ejemplar. Toma a la madre por el brazo, muestra, por una vez, su genética predisposición a la autoridad paternalista, y la arrastra hacia la salida. Se siente más fuerte, como un reflejo ante la debilidad de su madre. Intenta un consuelo poco convincente: "Mamá, vamos. Si total, está requetemuerto".

El señor del monóculo y la chistera acompaña al conserje jamaicano por todo su recorrido laberíntico en pos de una escalera. Luego le conduce hasta el fiambre y, señalando la sangre que empieza a secarse, dice algo sin mucho sentido, "vaya faena, ¿no?, con lo difícil que deben salir estas manchas". Askia mira el mármol del suelo, mira al pintoresco imbécil que le habla, observa al muerto y recuerda su primera impresión al verle entrar en la galería, exacta como un atestado: uno de esos tarados a los que no se puede perder de vista un momento. Siente la tristeza ineludible que contagian los cadáveres abandonados mientras trata de recordar el teléfono del servicio médico de urgencias. Sube a la escalera, aparta la cortina del lienzo escondido y se marcha molesto. El cuadro es extraño porque se entiende. Con trazos leves, hiperrealistas, aparece un autorretrato, casi fotográfico, de René Santangello; feo, áspero, con su color cobrizo, como de rata.

Al señor con monóculo y chistera le invade la decepción. Grita: "¡Pues vaya!" y abandona la sala enrabietado dando una patada, el muy bárbaro, a una escultura de poliuretano parecida a esa otra fuente del niño que se mea y que, evidentemente, no tiene ninguna culpa.


por... FIN

5 comentarios:

Anónimo dijo...

ole!!! me gustó mucho! la decadencia del ambiente y la degeneración de las clases...

final maestro con el cuadro y rené siendo la misma cosa!!

bravo!

mua!!

HombreRevenido dijo...

El meri-to es tuyo Meri, por leerlo pacientemente.
Me alegro de que al menos a alguien le haya gustado un poco. Ha sido un experimento raro esto del relato en 3 entradas. El próximo será en 200 entradas, una novela corta o un relato corto largo.

Anónimo dijo...

tampoco te animes tanto!! en 200 entradas?!?!?! jajajajaja madre mía, serás nombrado el reinventor de la novela de folletin!

Anónimo dijo...

me gusta lo de esperar la próximas 200 entradas. Folletín a lo Dumas????

HombreRevenido dijo...

(Folletín: hermosa palabra)

Meri, las formas clásicas no deben morir. El caso es que tengo demasiados lectores, quizás una criba de 200 entradas serviría para que quedasen solamente los mejores. Es decir, yo solito. Jeje.

Cardo, más bien teleserie a lo Santa Bárbara o Falcon Crest. Todos los días después del telediario.