domingo, julio 06, 2014

Helarte

En estos tiempos de tormentas, shorts demasiado cortos (si hasta yo me doy cuenta es que lo son), tiempos de mundial de fútbol y social media distractions, es bueno saber que la realidad se guarda en la manga algo más que ases. Se guarda cuatros. ¿Y para qué sirven los cuatros? Para ganar no. Para entretenerse sí.

Os cuento. Establecimiento Bendita Ruina de la localidad oscense de Huesconsin, conocida por ser la capital mundial y lugar exacto de celebración del Big Bang, que por un lado muy bien y muy necesario, pero por otro lado menudo susto.
Día: ayer. Hora: 17:45 de la tarde. Entra un señor homeless, lo que aquí se llama un carrilano, persona que recorre la geografía nacional de albergue en albergue. Se quedan por el día en las plazas cercanas y acaban siguiendo camino, disfrutan a su modo, se les va la mano con el vino y la lían, y casi siempre llevan en la mochila una historia de mala suerte, tristeza y locura, que a veces quieren contar y otras veces olvidar.
Bueno, pues un señor carrilano entra al local y pide una cucharilla prestada. "Para comerme un helado", dice. Se la prestan. "¿Me lo puedo comer aquí? es un momento". Conseguido el permiso busca una mesa interior vacía y se prepara.

Saca una barra de helado de chocolate y vainilla. Cuando digo una barra me refiero a esto.


La típica barra de helado de 1 litro. Abre por completo el envoltorio de cartón, la mira, saca de su bolsa un bote de nata montada en spray, adereza un poco una esquina del helado y se pone a comer.

- ¿No será mucho? - preguntamos un grupo de personajes selectos de la concurrencia.
- Yo esto me lo como en un momento, sin darme cuenta - responde él.

- Te vas a poner malo - le advierto.
- Bah, hay que disfrutar, que la vida es muy corta.

Acababa de afeitarme mi barba absurda de 3 semanas y miraba a ese hombre perfectamente afeitado también (porque a los homeless no les gusta que les confundan con hipsters) dando cumplida cuenta de su comida, merienda, cena o lo que fuera eso. Se lo zampó entero, devolvió la cucharilla, dio las gracias y siguió su camino.

Esta mañana he vuelto a verlo y puedo asegurar que está vivo. Lo que ya no sé muy bien es cómo pasó la noche, porque si yo casi me empacho de verlo...

Se dirá que esos hábitos alimenticios son primarios, infantiles e impropios de una vida saludable y civilizada. Lo entiendo y sé que eso es verdad. Pero oye, no puedo dejar de sentir fascinación por el lado oscuro. Porque allí no había sólo un desorden, allí había también un desafío.

Me aventuro a imaginar el proceso mental. Está pidiendo en la puerta de la Iglesia de Santo Domingo, recaudando unas monedas que le solucionan la tarde, pasando calor e imaginando formas de refrescarse. Piensa en que le apetece un helado. A lo mejor hace muchos días que no come uno. Va a la compra y sus pasos le conducen de forma inconsciente a los congelados. De allí al helado es simple gravedad. ¿Me apetece un poco de helado? Pues me trinco un litro entero. Así se sacian las pasiones. A lo grande. Sin miedo. Hasta el hartazgo.
Un santo no puede ser alguien que renuncia a las tentaciones. Un santo tendría que ser el que se enfrenta a ellas y obra de la forma oportuna para terminar aborreciéndolas.

Y ojo, hace 20 o 30 años esas barras de helado eran gloria bendita. Cuando el helado era un bien escaso, cuando no había helados de marca y nombres raros, su presencia se celebraba con euforia. Y ahora parece un postre viejuno y demodé. No tiene glamour. Por eso el acto es todavía más contracultural.
Si esto lo hace un artista en una performance en el MOMA pondría patas arriba la modernez.
Quizá es que lo sublime para muchos es la rutina de algunos.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado tu post,simio.
Me ha hecho recordar lo que se siente al ver a una persona sin hogar.Y también lo que se siente
al ver alguna absurda modernez.
Las dos caras contrapuestas de esta
sociedad(in)humana.
Sonia.

Jatz Me dijo...

Yo hubiera cogido una barra sólo de helado de nata... pero es cuestión de gustos.
Hmmm me está apeteciendo, y mucho....
Me piro a la heladería, BYE!! XDD

Anónimo dijo...

Tremenda historia, sin duda.

Nisi dijo...

Para mí lo más perturbador de la historia es que te hayas afeitado una barba de tres semanas. ¿Los simios se afeitan?
Lo del helado, uff, para verlo, oiga.

Burbuja dijo...

Entera?? Qué dolor de dientes!
si es vintage comerse barras de helado, mi suegro entonces se lleva la palma xDDD Él las llama "helado de corte"

NáN dijo...

Lo único que me parece anormal es la amabilidad del local en ceder a sus peticiones. Pero claro, en ese lugar, con el susto del Gran Petardazo, algo raro teníais que tener.

Bubo dijo...

Un litro de helado no es tanto. ¡Eso cae en una sentada! Vamos... que lo voy a comprobar ahora mismo que me han dado mucha ganas.

HombreRevenido dijo...

Sonia, gracias.
Será porque la evolución nos ha llevado por ese camino, será por simple supervivencia, pero suele ser habitual que dejemos de ver las cosas como son.

Jatz Me, ¡yo también!
El chocolate con vainilla me pareció la mayor de las extravagancias.

Anónimo/a, sin duda.
Tragicómica, como la mayoría de las cosas importantes.

Nisi, nos afeitamos para disimular e infiltrarnos entre los humanos.
Lo de la depilación se nos hace bastante más cuesta arriba.

Burbuja, un suegro vintage es lo que se lleva ahora. Helado de corte, porque se corta y porque se toma en la corte real.

NáN, la amabilidad de Huesconsin es legendaria.
Eso sí, como se nos cruce algo...

Bubo, ¿estás bien? ¿has sobrevivido?