martes, enero 28, 2014

Le diskette (basado en un hecho real)

Hola, soy Hombre Revenido y creo que ha llegado el momento de confesar una cosa que me pasó hace tiempo. No puedo vivir sin compartir con el mundo esta vivencia.



Sucedió en la época pre-blog. Yo entré a trabajar en una pujante empresa de cosas de monos. Tenía ante mí un reto ilusionante, un desafío titánico. Y yo era joven, altivo, osado... también, por qué no decirlo, era un muchacho agreste, provechoso, ardoroso, fecundo, un poco intrépido y, sin duda alguna, pintiparado.

En mi primer día me dieron cuatro consignas básicas, soporté dos arengas, me presentaron a todo el mundo (y sus nombres se me olvidaron de inmediato, como suele suceder), probé el capuccino de la máquina y pregunté cómo iba lo de mi ordenador. Vamos, lo típico de cualquier entrada triunfal en una nueva empresa.
Los portátiles eran un bien escaso y tardaron un par de semanas en tener disponible el que me correspondía. Aunque era un elemento que parecía imprescindible para mi trabajo, pude leer documentación y familiarizarme con las cosas de monos utilizando un ordenador de sobremesa. El ordenador del simio nuevo, montado deprisa y corriendo por los del departamento de informática.

Se me antojaba imprescindible poder mover información de ese ordenador del curro a mi ordenador de casa y viceversa (porque entonces yo era igual de obsesivo que ahora). Por eso me agencié un diskette virgen y me lo llevé al trabajo. Comprar un CD me parecía un exceso, en un CD cabía una enciclopedia entera, un diskette sobraba.
Ese día, antes de marcharme, preparé unos cuantos documentos para ser grabados y trasladados. Saqué el diskette (daba gozo verlo, tan nuevo, tan brillante) y lo introduje en la diskettera con decisión.

Lo que sucedió después fue desconcertante. En lugar de hacer tope, el diskette entró con excesiva facilidad. Un presentimiento me invadió de pronto. Duró medio segundo. Tal vez menos. Pero cuando quise reaccionar ya no había remedio. El diskette ya no estaba en mi mano y lo escuché caer por dentro del ordenador.
¡No había diskettera!
Imaginad el desamparo del consultor novato.

Visualicé a ese diskette entre el amasijo de cables y circuitos. Va a petarlo todo, pensé. Pero no. El ordenador siguió funcionando. A la mañana siguiente comprobé que chuflaba como si nada. Yo temía que el recalentamiento del plástico fuera fatal y terminara provocando algún cortocircuito, un incendio o un desastre similar. Aunque la realidad era que el ordenador seguía impasible, mi portátil estaba en camino y yo era demasiado nuevo en la empresa para (al segundo día) pedirles a los del departamento de informática que me sacaran un diskette de dentro la torre. Lo medité durante ese tercer día y decidí que no diría ni una sola palabra sobre el incidente.

Pasaron los días, las semanas... Recibí mi portátil y el sobremesa se quedó allí, arrinconado.
Y sucedió lo que podéis imaginar. Me olvidé completamente del diskette y seguí con mi vida de simio alocado.

Con el tiempo hubo un traslado. Se movió a todo el mundo de sitio, se mandaron los sobremesa al taller y se reasignaron sin demasiado criterio. Entonces fue cuando perdí la pista de ese primer ordenador.
Y no, el diskette no lo terminó haciendo explotar. No hubo cortocircuito ni catástrofe. Pero un tiempo después comenzaron los rumores y llegó a mis oídos, nítida, misteriosa, la anécdota, directamente del departamento de mantenimiento.
Se habían encontrado un diskette dentro de un ordenador, pero no sabían de quién era. El diskette estaba en blanco (¡gracias a Dios!). Había un imbécil entre nosotros. Era un gran misterio.

Hice lo que hubiera hecho cualquiera. Ensayar mi sonrisa cínica de "quién habrá sido el gilipollas..." y seguir fingiendo. No había pruebas. Era el crimen perfecto. Un crimen innecesario, accidental y bobalicón, pero también perfecto.

Recuerdo vivamente ese momento en el que el diskette cayó dentro de la computadora. Clonc, clonc, clac... esa es la onomatopeya de la viva frustración. ¿Por qué no miré antes de meterlo?. Yo qué sé, entonces era un cachorro impulsivo; pocas veces miraba antes de meter nada.

Ahora reflexiono y siento que en la vida de cada simio hay una o varias experiencias así. Uno disimula y sale al paso. Hasta que de repente, una noche, el recuerdo se hace más vivo que nunca y sientes que tienes que gritar a los cuatro vientos...

¡¡Fui yo!! ¡¡El diskette era mío!!

Me voy a la cama. Gracias por vuestra comprensión.

12 comentarios:

el chico de la consuelo dijo...

No creo que puedas conciliar el sueño con tan infame recuerdo!!!!

En cualquier caso ten presente las dos premisas que le dijo Hommer a Burt el dia que penso que iba a morirse por comer pescado en un japones, para que Burt las gritara ante cualquier le imputara un error:
1-.No he sido yo
2-.ya estaba así cuando llegué.

Naar dijo...

todos nos hemos hecho los locos más de una vez ante una metedura de pata. aunque yo soy de esas personas que para una vez que la lían, al final la pillan y todo el mundo se entera... pero aún así alguna que otra vez lo he conseguido, he escurrido el bulto con esa cara de "yo no sé nada".

Gonzalo Viveiró Ruiz dijo...

Me ha encantado lo de "entonces no miraba mucho antes de meter"...
Genial el texto

Dina dijo...

El que no hubiera ninguna foto "familiar" fue todo un puntazo

a n a dijo...

la sociedad actual no está preparada para los diskettes..! q viejo amigo me has recordado,

Un saludo!

molinos dijo...

Eres un joven pintiparado de lo más ingenioso, recórcholis.

Mon dijo...

El mundo es mejor sin diskettes.

Siempre pensé que se acabarían antes los faxes que los diskettes, pero debe de ser que los diskettes, al no estar conectados los unos a los otros, no pueden hacer piña (ni ruiditos) como hacen los faxes.

El mundo sería mejor sin faxes.

Nisi dijo...

Ostras, vaya historia... Hace muchos años, encontramos un hueso de melocotón dentro de un equipo de música en casa. ¿No tendrás tú nada que ver con eso también?

Anónimo dijo...

Esa conversación de café...quien habrá sido el gilipollas, jajaja cualquier pringao.
Bueno, que levante la mano el que no tenga una de esas.

aras dijo...

Muy buena historia jajaja. Para no confesarla. ¡Qué valiente! Es que los diskettes eran peligrosos y engañosos. No me extraña que desaparecieran.
Lo del hueso de melocotón de Nisi me suena de algo... No sé, casi como si lo hubiera hecho yo. Debió ser un sueño. ;)

Peter dijo...

Y toda esa capacidad de fecundación, para que?

Las historias en los departamentos de IT dan para una novela.

HombreRevenido dijo...

Chico de la Consuelo, tuve que tomarme dos lingotazos de brandy porque no me dormía.
El consejo de Homer lo tendré muy presente.

Naar, si no te pillan te sientes un supervillano, viviendo con la señal de Caín en la frente.
Pero si te pillan es peor, claro.

Gonzalo, yo era joven e impulsivo...

Dina, jaja, ¡eso me salvó!

Dreiya, los diskettes era un peligro absoluto. Eso sí, qué hermosa la palabra "diskette".

Molinos, en la década pasada hablábamos así.

Mon, tus capacidades como futurólogo dejan mucho que desear. Aún recuerdo cuando te compraste aquel laser disc.
Los faxes nunca fueron trigo limpio.

Nisi, creo que ya ha salido la culpable.
Aprovecho para ratificar mi inocencia. Tengo alergia y aversión general al melocotón. Yo no pude haber sido.

Aquello noerayo, esas conversaciones son las que nos definen como homínidos.

Aras, ayer sentí que era el momento de quitarme este peso de encima. Todavía me despierto por la noche y escucho caer el diskette por la ranura.

Peter, lo mío da para una novela de terror.