
No me lo quería creer, pero este día se acercaba inexorablemente.
Sabía que era un buen momento para discursos, globos de colores y fiestas con confeti, strippers y nata montada. Sólo se llega una vez a las 1000 entradas (que es como decir infinitas).
Y no es fácil, ojito. Porque en el caos temático y mental en que habito lo lógico hubiera sido desistir, mandar el blog a hacer gárgaras y buscarme una secta con un plan a largo plazo de amor libre (y revuelto).
Ahora que ya sé que puedo escribir 1000 posts, fiel a mi cita periódica, exprimiéndome el craneo de simio hasta en los peores momentos, ¿qué me impide escribir otros 1000?. Sí, ya sé, antes o después tendrán que regular lo de las academias animales por internet. Ese día nos tendremos que exiliar con lo puesto, y no se nos estará mal del todo.
Porque este blog tiene droga (revenida y blandurria, eso sí).
Somos como el ajo; si me cenáis por la noche os estoy repitiendo toda la mañana siguiente. O viceversa. Pero qué me decís de la complicidad que nos da el mal aliento ¿eh?.
Somos monos, australopitecus sociales, peces de colores liberados en el océano antártico, hawaianos con la camisa por dentro, novelas para ratones escritas en lonchas de queso.
Escribir es un placer puro para mí.
Imaginar que volvéis, cosquileyendo la pantalla, siguiendo el renglón con el dedo, produce mi más rotundo e hipotético asombro.
He conocido gente imprescindible, he recibido un cariño exagerado y me he reído a carcajadas. Lo más importante de este blog, de todos seguramente, es ese sentido intrascendente de afrontar la literatura y la vida, sin obligaciones, sin sueldo, sin plan.
1000 entradas, con sus 1000 estancias y sus 1000 salidas.
Tranquilas, bobas, que os quiero a todas por igual.
.